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Renacimiento: parir en casa con parteras

1cm: Síndrome del nido, se siente como una gran locura.

Mi esposo estaba muy asustado porque estuve haciendo esto por todo un mes.

Estuve comenzando el trabajo de parto durante dos días y no lo sabía. Dilataba en mi casa mientras recogía sin ganas. Estaba tan cansada de hacer cosas para preparar la casa. Mi instinto ahora era de relajarme y descansar. A la misma vez, tenía que seguir ayudando en las tareas. Sabía que no podría luego hacer mucho. Y en contra de mi mejor juicio, me puse a lavar todo lo que me ‘faltaba’. No quería que mi esposo tuviera que hacerlo luego. Y mi dolorcito seguía. Yo escribía y lavaba.

Recuerdo que me fui a dormir. Había salido el sol, pero me obligué a descansar. Me repetía casi todas las noches: “Si entras en parto en unas horas, necesitas descanso.” Esto era sin tener la más mínima idea de lo que parir significaría. Después ignoraba mis miedos y me hablaba mi ansiedad: “¿Te imaginas si estás de parto en estos momentos y ni lo sepas?” Así fueron casi todas las noches desde diciembre. Pareciera que nunca iba a parir o que me encontraría teniendo que mandar a su casa a alguna visita sorpresa. Emoción, ilusión, trauma, miedo, ansiedad, síndrome de nidar a mil y después paz. Esta vez, estaba taaan segura de no querer pisar un hospital ni en parto ni en posparto, como estuve segura de no querer dar fórmula y querer amamantar a mi primer bebé. Siempre quise parir en la paz y privacidad de mi hogar, pero no me atrevía. No sabía que era tan accesible, posible, real. Sería natural. Así yo lo quise. Es mi preferencia.

Luego me fui a descansar, por si acaso. Mi casa estaba perfecta, pero me había dado con lavar unas cosas extra. Tenía un mal presentimiento acerca de ese canasto de ropa. No dejaba nada sin terminar. Había hasta lasaña congelada para el parto. Y ahí se quedó, la tanda de ropa limpia por meses, porque ya estaba de parto. Al parecer, lo natural es cerrar (el embarazo) con broche de oro o cagarla por algún lugar para comenzar una buena historia de parto.

2cm: Ballet. Salud. Contracciones durante todo el embarazo, algo normal hasta que llegó el día. Y no tenía que compartir mi decisión de parir en la casa.

Yo seguía pensando que sólo necesitaba defecar.

La situación es que yo sentí contracciones durante todo mi embarazo. Es normal en uno segundo y máxime amamantando. Esto no significaba que estaba de parto, sangrando o dilatando. Yo continué yendo al gimnasio, practicaba ballet con la maestra velando y sin brincos (mi decisión). También caminé mucho. Soy una persona que aguanta mucho dolor físico, aunque no lo parezca para much@s. Además tenía el ok de mis parteras y hasta del ginecólogo de Centro MAM. Les preguntaba y preguntaba si podía continuar. Su respuesta siempre era la misma: “¿Por qué no? Todo está en salud.” Me recordaban que escuchara mi cuerpo. Me fomentaban mucho seguir siendo yo. Mi embarazo nunca fue de alto riesgo. El primer y último trimestre fueron los más difíciles. Normal.

Y llegó ese último trimestre. Hablé con la maestra de ballet y le dije que bailaría hasta diciembre (parí en enero). Las parteras me decían que podía continuar y se los agradezco. Mas esa fue mi decisión. Ya casi no podía bailar y venía un mes difícil. Mi primer hijo cumple años en diciembre, Navidad, decorar, regalos, Reyes y encuentros familiares. Necesitaba mi tiempo de sobra para respirar, prepararme mentalmente, empoderarme y preparar todooo. Parecía una loca. Las contracciones se ponían a mil, pero paraban al descansar. Mi esposo asustado. Mis parteras emocionadas y hablándole a mi bebé para que siguiera dentro de mi hasta después de la semana 36. Todo para lograr la meta de parir como soñaba: en casa. Y pasaron las Navidades. ¡Uff!

Ahora comienza mi desespero. Tienen que entender que esto era algo por lo que trabajé hasta en el gimnasio. Fortalecía mi cuerpo y mi mente gritaba VBAC. Comía sólo super saludable y yo pensaba en lograrlo. Le preparaba el hogar a mi hija sin estar embarazada. Íbamos a esperar tres meses porque leí que era ideal… Esperamos dos. En el primer trismestre, tuve más sangrado de implantación que en mi primer embarazo. Dejé ballet un mes, las náuseas eran insoportables y reposé hasta que me hicieron el sonograma vaginal que pedí en Centro MAM. Ni me traumé, me permitieron introducirlo y me dieron privacidad. Todo bien. Falsa alarma. Embarazo saludable.

Es en el segundo trimestre que me pude levantar debido a las náuseas y ser normal. Retorné a todo. Y nunca contestaba sobre mi parto. No tenía que hacerlo. Salí bastante, pero no me interesaba hablar sobre mi decisión. Pareció un gran secreto. La inquisicion me haría daño.

Mis parteras sabían todo y mucho más. Fueron todo y mucho más. Las extraño a diario. Mi hijo las extraña. Las tengo presente a diario. Me cambiaron la vida.

Sólo les conté a pocas personas cercanas. Tenían instrucciones de callar. Les expliqué que no era algo fácil para mí. Sabían que era mi decisión. Me apoyaron. Se asustaron. Se emocionaron.

En último mes, dormir del lado correcto no hacía nada. Seguía sintiendo un dolor como retortijones y me despertaba. Estuve días con diarreas. Todo por el libro. Mas ese libro no lo conocía aún. Soy un tipo de persona que cuando pasa por las cosas no estoy muy presente. Padezco de ansiedad y tengo mis mecanismos de defensa que me permiten estar. Esto sólo me pasa cuando se trata de mí. Para los demás estoy alerta, despierta, conciente. Luego, mi mente hace un recuento de todo. Y esta parte de la experiencia fue comedia.

Fui al baño (entre 9:50-10:00am) y llamo a mi esposo. Tengo mucho cuidado porque el nene estaba durmiendo y ni loca despertarlo. Nunca invito a nadie a acompañarme al innodoro. Todo lo contrario. Le explico que el dolor no se me va ni puedo defecar. Llamamos a la partera de turno y ella quiere hablar conmigo. Yo ni puedo ni quiero. ¡Y mira que las amo! Mi esposo se vuelve el mensajero. Entonces, ella me pregunta por teléfono que responda con un sí si quería que ella fuera a casa. Yo: “Sí, pero sólo tengo que ir al baño.” (11:32am) Con aplicaciones que me decían que mis contracciones estaban regulares y hasta un sangrado pequeño, yo estaba en negación. Era como estar de parto por primera vez.

3cm: Llega Yarilís. Parto activo, más de 6cm.

La alegría de Yarilís porque yo estaba en parto activo.

Llega a casa Yarilís (eran entre las 12:30-1:00pm) y me pregunta si quería que ella me verificara. Le dije un muy seguro sí. Yo no hablaba casi, odiaba moverme y lo que quería era lograr ir al baño para sentirme bien. Me sorprendía a mi misma con mi confianza hacia su chequeo. Era de esperarse. Los nueve meses se creó una hermosa relación con todas. Me escuchaban, aconsejaban, cuidaban. Y Yarilís dice sorprendida y feliz: “Nívea, estamos de parto. 6-7 centímetros.” Aaa ok, tiene lógica, contesté en otra contracción.

Yarilís pensaba que sólo iba a ponerme suero por tantos días de diarreas. Tuvo que empezar a sacar de su carro todo su equipo. Tenía maleta, silla de parto. Parecía que seguía sacando de un sombrero de maga cosas. Y mis contracciones estaban más intensas. Entonces Yarilís le pregunta a mi esposo si teníamos una almohadilla eléctrica de calor para ver si me aliviaba un poco el dolor. Esto estaba intenso sin un descanso. Mi esposo amado ni se acordaba. Entre dolores le dije que teníamos uno. Este fue mi primer alivio.

Yo seguía sorprendida de estar en labor de parto. Realmente no entendía nada. Tenía tanto miedo debido a mi primer violento parto. No dejaba que mi mente fluyera. No me sentía capaz. Mi cuerpo no había pasado por esta experiencia de parir. Estaban desconectadas mi cuerpa y mi mente.

Mientras yo seguía tirada casi inmovilizada del dolor en mi cama, Yarilís sonriendo me daba masajitos en las piernas. De nuevo, no suelo dejarme tocar, mucho menos en este tipo de situaciones. Confiaba en ella. A la vez, yo sentía que no merecía esos masajes.

Durante mis últimos meses supe que podía escoger a la partera que quisiera. Nunca pude. Primero sentía que conectaba con una y después con otra. Me ponía triste como una bebé enchismada cuando se graduada o se iba de la rotación una de ellas. Así que, al saber que Michelle venía de camino respiré mejor. A ambas las necesitaba.

4cm: Llegaron Michelle y Daphne. La piscina de parto.

Michelle ayudándome a respirar. Daphne verificando la temperatura. Yarilís pensando en lo siguiente a intentar.

En cierto momento, llegaron Michelle y Daphne. Rápido Michelle me ayudaba a respirar. Respiré. Comenzaba a entender que las respiraciones correctas mantenían a mi hija con latidos saludables. Llegaba otra contracción y olvidaba respirar. Mi mente estaba aterrada de la posibilidad de ir al hospital y no lograr mi parto, de nuevo. Yo jadeaba. Casi no respiraba. Michelle fue quien me conectaba, quien me ‘bajó’. Parecía que ella llegó para que yo respirara. ¡Qué bueno que estaban ellas! Fueron tanto. Fueron todo.

Mi cuñada estaba con su ahijado, mi hijo. Podía concentrarme y olvidarme. Esto estaba demasiado difícil. No sabía cómo manejarlo. Yarilís, Michelle y Daphne, junto a mi esposo, preparaban todo. Yo seguía jadeando y sin saber qué hacer. El dolor era intenso. Las contracciones eran constantes. No había respiro. Moverme, no moverme, recostarme, todo dolía. Me sentía incapaz y abochornada de sentirme así. Y me dicen que cuando pudiera: pasara a la terraza. Habían preparado una piscina. Y fui.

Al llegar a la terraza, antes de entrar en la piscina, Yarilís me dejó saber que era sin panty. Yo pensé: ¿todavía lo tengo puesto? Y me lo quité ridiculizándome mentalmente. Me dejaron quedarme con la parte de arriba de un bikini. No me tocaban. Me velaban. Preguntaban. Dejaban. Escuchaban constantemente el latido de mi bebita. Eso me aumentaba/creaba las constracciones. Sé que miré mal a la pobre Daphne. Ella fue demasiado paciente.

Estuve en la piscina de parto el tiempo recomendado: 2-3 horas. Me había quitado el reloj y soltado el celular. Quería y necesitaba estar 100% presente. Le dije a Michelle que sentía ganas de pujar y que lo había hecho sin querer. Ella dijo que muy bien. Yo seguía sin entender cómo todo podía estar bien. Pasé de una violencia obstétrica a lo más natural y humano que en mi vida había experimentado.

Recuerdo a Yarilís obligándome a comer. Recuerdo a Michelle trayendo un guineo que rechacé. Yarilís me obligó a chupar frappé. Yo no como con náuseas. Yarilís me dijo que lo peor que podía pasar era que vomitara. Me recordaban que necesitaba fuerzas para pujar. Un poco de frappé obligado fue lo que consumí. No sabía que yo era tan terca jajaja.

Tuve que salir de la piscina. Yo no quería. Esa agua tibia era un oasis y pequeño alivio, un respiro. Allí no pariría. Eso ya era seguro, pensaba. Yo había estado ahí por más de tres horas. Si hubiese sido por mí, habría tenido una pijamada en esa piscina.

5cm: Movimientos, Posiciones, Silla de parto, Tapón mucoso, Cama, Innodoro.

La silla de parto

Después de ser ayudada a salir del agua, hice muchas posiciones para avanzar. La verdad, casi me obligaban con muchísimo amor. Yo no quería moverme del dolor. Estaba intenso. Me daba miedo. Sorprendía. Y me puse en cuclillas al borde de la cama. Luego a la silla de parto me fui. Esa me gustó.

Recuerdo estar en la silla de parto y mi esposo sentado atrás. Masajes en mi espalda baja ayudaban. Algún pujo hice. Michelle vigilante me dijo que ése le había gustado, el pujo. Yo estaba sin entender qué había hecho y cómo replicarlo. En definitiva, somos muy capaces de parir mas no siempre es un instinto natural para todas. El poder de la mente y las vivencias tienen un efecto incontrolable. Nunca dejé de escuchar un: “No puedo.” Esa voz no era mía.

Boté el tapón mucoso en la silla de parto. En el momento, me dio terror. Sentir salir todo eso de mí, me recordaba a la Violencia Obstétrica. El dualismo era demasiado. ¡Qué bendición tener a tantas parteras allí conmigo!

Me moví a la cama. No quería. Esa posición de sumisión me traía mucho PTSD y daba más dolor. Lo acepté porque me hablaron con amor y respeto. Me explicaron que había progreso visible con cada pujo estando en esa posición. En este momento, mis membranas se asomaban. Pidieron consentimiento para ayudarme. Introducirían sus dedos para ayudar como a despegar mis membranas un poco y que salieran con mayor facilidad. Cada vez yo tenía menos fuerza. Era ya de noche. No había querido comer. Llevaba horas pujando. Mis membranas entraban y salían. Yo no me sentía progresar. Ay, mi mente… Y cuando consentí a la ayuda, esperaron mi contracción, pujé e hicieron lo que describí. Absolutamente nada de trauma ni dolor. Hasta me sostenían para no perder todas las fuerzas pujando con cada contracción. Y a mi esposo, de almohada lo usé. ¡Qué se atreviera a levantarse!

Así transcurrieron las horas. Me agachaba, movía lentamente y con dificultad. Pujaba sólo cuando tenía contracciones. Yo dirijía mis pujos. No paraba de repetir: “no puedo”. No paraba de tener miedo de terminar en un hospital, (siempre puede pasar). Y me dirijieron al innodoro. Sin ganas de estar ahí pujando, fui. Confiaba.

Estando sentada en el innodoro, me informaron que tenía que estar un ratito sola. Casi les ruego llorando que no me dejaran sola. Con amor firme me explicaron que tenían que comer, que, en ocasiones, estando sola la parturienta encuentra su fuerza. Entendía esto perfectamente. Siempre he preferido hacer las cosas por mi misma. En esta ocasión, quería su compañía. Mas no deseaba que pasaran hambre. Y supe que de no progresar allí (en el innodoro), habría que considerar otra cosa. Entendí. Me acordé que tenía una cesárea previa. Ni me había pasado por la mente. Y aquí algo cambió en mí. Estoy casi segura que parí, mínimo, una hernia en este rato. Valió la pena.

Aquí visualizo a Daphne como si fuera hoy. Yo pujaba en cada contracción y ella fue la primera en regresar de comer. Mi esposo entraba y salía muy callado, pero su energía siempre la siento. Él nunca paró de estar para mí y para todes.

Daphne se sentó en la bola de ejercicios en la bañera. Así estaría a mi lado. ¡Su presencia fue perfecta en este momento! Ella no habló. No hizo ruido. Me velaba. Sentí su apoyo. Fue una buena amiga. Llegaron Michelle y Yarilís. Y volví a la cama. Tenía que estar dónde y cómo mayor progreso tuviera. Pude haber ido al hospital. Lo sé. Progresé sola en el innodoro. Esa posición fue buena. Hasta almohada tenía.

6cm: Yarilís llamada a otro parto. Encontré mi posición en el pasillito. El anillo de fuego, cabeza fuera y la negociación con Michelle.

Tanto amor, cuidado y profesionalismo de estas parteras.

Lo bueno comienza. Yo pensaba que había sentido dolor. Lo sentiría ahora. Fue tanto el progreso en el baño que dijeron, en la cama, que veían asomarse la cabeza. Para mí nada pasaba. Estaba desesperada. Quería sacarla. Michelle siempre me recordó respirar. Yarilís se despidió. Junto a Jessica Galarza, tenía que ir a asistir a otra mami que se puso de parto. Me aseguró que pronto pariría. Entendí. Me alegré por la otra madre. Me quedaba en excelentes manos. De todas formas, me distraí y me enchismé como una bebé. Disculpa Yarilís. Se me pasó luego jajaja.

Bajé de la cama y quedé como atascada. ¡Encontré mi posición! Una pierna alzada en contra del gavetero y otra en el piso. Mi cuerpo tenía atrás la cama. Desde haber usado a mi esposo como almohada, no me había sentido tan cómoda. Pensé: ¿no tendrían un remedio natural, una hierba, algo que aliviara? Estuve pujando por 5 horas. Estaba débil. No lo admitiría, pero lo sabía. En ese lugar, el pasillo de mi pequeño cuarto, pujé fuera la cabeza.

Mi esposo grababa, a veces hablaba. Yo lo mandaba a callar. Ellas se reían bajito. A las parteras las dejaba hablar. Es algo difícil de explicar. Sólo quería que mi amado estuviera ahí, pero callado. Lo más mínimo me desconcentraba. Las luces estaban bajitas. Había una vela de vainilla. Mas cuando alumbraban con las linternas para asegurarse que todo estuviera bien: yo me desconcentraba. Escuchaba la cámara y me desconcentraba. Y gritaba y gritaba.

Ese pasillo fue otra transición. Había transcurrido así: lavar, acostarme, baño, cama, piscina, cuclillas en piso, silla de parto, cama, innodoro, cama, pasillito. Estoy muy conciente lo difícil que fue maniobrar o vigilar para Michelle cuando estuve ahí. Ella tuvo el amor y la paciencia, inexistente en mí, y tan necesaria en ese momento. Por mi cabeza estaba Michelle. Daphne, (estudiante casi graduada para ese tiempo), en primera fila.

Mi desconexión y miedo eran tantos que a pesar de sentir la cabeza descender y casi salir, estaba estancada mentalmente. José me decía que la veía, que estaba casi ahí. Daphne igual. Siempre verifican los latidos de mi bebé. A este punto, ese sonido me brindaba paz y me ponía a respirar correctamente. Sus latidos estaban muy conectados a mi respiración. ¡Respirar lo es todo! Y en cada contracción pujaba. Michelle me dijo que pronto sentiría el anillo de fuego, que tocara la cabeza. Respiré y le contesté que sí, lo sentía hace un rato. No quise tocar la cabeza. Esto estaba fuerte, pero sentía esperanzas. No había vuelta atrás.

El anillo de fuego me hizo sentir como que me rompería. No creía posible que mi bebé pudiera pasar por ahí sin rajarme por completo. Una ruptura uterina, debido a la cesárea previa, ni estaba en mi mente. Era como estar en otro mundo, un trance. Con cada contracción me iba y volvía al mundo. Escuchaba a mi hijo imitar mi grito. Él estaba jugando en la sala y me dijo, luego, que quería que lo escuchara. Nos reímos. Yo seguía gritando y diciendo que no podía. Le dije a Michelle que la sacaran. Ella respondió que la tenía que sacar yo.

Decidí escuchar más al “sí puedes, estás casi, está casi, lo estás haciendo”. Las voces de mi mente repetían una negatividad constante con explicaciones ilógicas y sin base en educación sexual reproductiva que había escuchado toda mi vida: miedos, traumas generacionales adoptados. Y me hablé, mi voz. Pensé: “Que me parta. Por mi hija, por mi hijo, por lo que nos hicieron, por lo que dijeron, por lo que nos hicieron pasar, por mi familia, por mi matrimonio, por nuestra relación, por Rosa…”.

Pujé fuera la cabeza. ¡Bendito pasillito! Me sirvió de apoyo. Michelle me había dado instrucciones para moverme. Le repetía que no podía. Sin ese apoyo del gavetero y la cama, ¿con qué fuerzas pujaría? Llegamos a un acuerdo. Tan pronto ella me dijera, me movería. Razonable. Accedí. Y en cuanto pujé la cabeza, llegó el momento. Tenía que gatear hacia el piso del baño. Todo había sido esterilizado y habían liners por todo el camino.

7cm: Gatear, Expulsivo, Extasiados.

En cuclillas con el mejor soporte

Primero, caí de espalda. Michelle me dijo que así no podría maniobrar. Yo contesté que no entendía cómo terminé así, acostada boca arriba. Viendo el video, me da risa esta parte. Y me pongo en cuatro patas. Mamífera. Gateo y llego. Por fin Michelle tenía visibilidad completa y acceso. Mi esposo me decía: por Rosa. Michelle me indicaba que el próximo pujo lo necesitaba bien largo. Daphne se acomodaba. Ellas tenían un lenguaje y una comunicación que nunca me desconcentraba. Confiaba en su conocimiento. Y completé el expulsivo. ¡Salió el cuerpo! Ya no era solamente la cabeza fuera.

Sabía que podría venir con vueltas en su cuello. Me había educado más para este parto. Sabía que es normal y no hay que entrar en pánico. Mi esposo tenía un poco de miedo. Desde mi perspectiva, lo más difícil había pasado. Retorné, aunque en un viaje de oxitocina y adrenalina pura. La cogió Daphne. Rápido Michelle le quitó las vueltas del cordón umbilical. Un poco de frote y llanto, de Rosa recién nacida y mi José.

Michelle y Daphne me dijeron que no me parara. Tenía el cordón unido a Rosa y la placenta aún dentro mío. Mentalmente me dije oops, cuidado misma. Y me ayudaron a acostarme en la cama. Las parteras me dieron a mi hija mientras la seguían sobando. Yo no paraba de decirles que eran las mejores. Todas lo son. Mi esposo les daba lo que sea que pidieran como temblando de la emoción. Ahora sólo faltaba parir la placenta y guardarla. La mandaría a encapsular con @placentavida, otro sueño cumplido.

8cm: Parí la placenta en cuclillas con soporte. Amamanté y Dariel conoció a Rosa.

Rosa aún unida a mí. Yo: enamorada.

En cierto momento, Michelle me dice: “cuando sientas contracciones dime, para comenzar a pujar la placenta.” Mi cuerpo no tenía ya fuerzas. Desde las 9am estuve despierta con contracciones intensas. No quise comer. No quería tomar casi agua. No dormí, sólo reposé. Y el pujo duró como 5 horas. El expusivo entero, hora de nacimiento, fue a las 11:04pm. Pedí ayuda para parir la placenta.

Michelle me dijo que me pusiera en cuclillas en la cama. Yo le dije que no había problema, pero necesitaba que José me aguantara. Así lo hizo. Me decían que tosiera forzado. Esto era tan fácil en comparación con todo lo anterior. Si lograba sacar la placenta en casa, sólo faltaría asegurarnos que Rosa estuviera en salud y sería oficial que no pisamos un hospital. Salió la placenta. No dolió. Michelle y Daphne me verificaron. Ellas pesaron y midieron a mi hija. Yo le di teta.

Antes de parir la placenta, me tapé un poco la sangre y llamé a mi hijo. Su madrina lo cargó como le indicamos y entraron. Vio a su hermanita. Mi primer bebé era un hermano mayor. Oxitocina pura en ese cuarto. Le dijimos que saliera para que limpiaran a mamá y a hermanita: Rosa María. Él la quería tocar, limpiar y no le habíamos dicho el nombre para que no lo dijera. Luego de esto, al próximo día, lo chotió a sus abuelos por teléfono.

9cm: El cordón umbilical y mi pequeño desmayo.

Perfección.

Honestamente, no recuerdo el momento exacto del corte del cordón umbilical. El tiempo no existía. Sé que mi perfecta niña estuvo unida a su placenta hasta que el cordón se puso completamente blanco. Tiramos fotos. La placenta era pequeña y muy saludable. Ambas bellas parteras me dijeron que se notaba lo bien que había comido durante mi embarazo. Michelle dijo que yo era ‘la chica membranas’. También me explicaron cosas de la placenta y sus caras. Lo más impresionante fue el largo del cordón y lo difícil que se le hizo cortarlo a José. Otro sueño cumplido.

Yo quería limpiarme, bañarme. Esto había sido mucho. No sabía cuando volvería a poder darme un buen baño. Me ayudaron y Michelle advirtió que podría marearme. Y, de momento, estaba en el piso del baño. Ella me estiró. Daphne también me ayudó mucho. Pensé: “ok, no me voy a bañar jaja.” Cuando llegué a la cama, me puso suero Michelle. Mi semblante mejoró. Me siguieron limpiando. Michelle dijo que no se iría hasta que comiera. Le dije que tranquila, ahora sí comería: lasaña, guineo, powerade y agua. Tuve que tomarme toda la bebida.

10cm: Cualquier cosa puede pasar. Comenzó mi Cuarentena. Agradecida. Parí.

“Parí una nueva yo.”

Rosa tuvo un pequeño episodio. No lo había compartido. Yo estaba tranquila y segura. Mi hija se durmió chupando. Daphne escucha sus latidos, (la verificaban constantemente), y la escucho decir: “su corazón”. En su cara hubo mucha preocupación. Mi esposo estaba fuera del cuarto. Rápido Michelle la frotó, puso oxígeno. Pasó un rato. José entró. Yo estaba confiada en que mejor era mantenerme tranquila y ellas sabían lo que hacían. José se asustó mucho. Entonces me asusté. Y… todo bien. ¿Por qué pasó? Suele pasar y ni nos enteramos estando en un hospital. La transición del útero hacia afuera no es una fácil. Estuvo muchas horas pasando. No es algo fácil ni para bebé ni para mamá. Nunca más ha vuelto a ocurrir. No tuvimos que correr a emergencias. Todavía la viro boca arriba dormida, por si acaso. Nunca podemos controlarlo todo. Cualquier cosa puede pasar.

Michelle decía: “Ay Nívea, ay Rosa, ay qué difícil fue parir la placenta…”, etc. Daphne me verificaba pidiendo consentimiento y explicando todo. El perineo parecía estar bien. No necesité puntos. No debería levantarme. Las instrucciones eran estar en reposo durante 40 días (en cuarentena). No sabía cómo sería esto posible con dos criaturas. Mi esposo ayudó. Fue difícil. Las visitas de las parteras a casa eran un bálsamo. Visitar el Centro MAM y recibir felicitaciones por parir… Bendecida. Agradecida. Mi familia fue parte de todo. Parir con parteras tenía que pasarme. Como una mala hierba me arrancaron a mi hijo y ahora hemos florecido. La perspectiva cambió. Mi mirada mental dilató más de 10cm. Parí una nueva yo.