Violencia Obstétrica
Primera parte: Embarazo, Citas Prenatales y llegada al Hospital
1. Todo el embarazo fue perfecto. Murieron varias personas, sí. Tenía incomodidades, sí. Lloré, sí. La gente era muy difícil, SÍ. Pero mi bebé fue perfecto. Disfrutaba demasiado su compañía. Tanta ilusión cada día. Amé cada cambio, cada sensación. Le cantaba, hablaba, acariciaba. Era como la mujer embarazada ideal. Tirábamos fotos, (mi esposo y yo). Grabábamos videos. Le dábamos besos. ¡Qué mucho pateaba! Y yo, todo lo celebraba. Las volteretas me daban paz. Sabía que estaba vivo, saludable, bien. Dormía feliz mientras practicaban malabarismos dentro de mi. No me cansaba de él.
2. No sé ni por dónde comenzar o continuar, quizás ya empecé. Tengo tanto que escribir y no deseo dejar nada sin contar. Estoy lista, (creo). Me lo digo a mi. Hasta mi historial médico y los datos del hospital sobre mi cesárea están a punto de estar en mis manos. Mi hijo entenderá un día la razón por la cual lo cuento. Aclaración: Él fue perfecto y de él jamás me arrepiento ya que su existencia me mantuvo viva durante todo el proceso y posterior a ello.
3. A ver, qué recuerdo… Tenía 28 años, mi primer embarazo. Caminaba muchísimo. Hacía ejercicios de embarazo. Estaba saludable. Mi bebé se posicionó desde muchos meses antes. No existía complicación alguna. Todo estaba por el libro, literalmente.
4. Cumplí siete para ocho meses de embarazo. El baby shower fue realizado… Tomé unas clases, junto con mi esposo, de lactancia y parto humanizado. Me fascinó informarme aún más. Me trataron super bien. Ahora sí que todo será como sueño, pensaba. Redacté mi plan de parto y saqué una cita para hablarlo con la ginecóloga que me asistiría, (mi doctora regular no atendía partos ya, bandera roja). Fui sola. No tenía el dinero suficiente para contratar a la doula que me dio las clases. No podía pedir prestado a cercanos que no creían en eso. Mi esposo trabajaba y le dije que no pidiera el día libre para que acumulara para cuando naciera el bebé. Ir sola no me resultaba negativo. Yo podía. Estaba acostumbrada. Me equivoqué.
5. La ginecóloga pensó que era una cita para conocerla. Y después que me verificó, una vez sentadas en su oficina, le comenté lo que deseaba para mi parto. Al instante, se puso a la defensiva. Sacó unos papeles que le había entregado otra paciente, a la cual le negó todo. La paciente se cambió de obstetra. Yo pensaba que era muy tarde para hacer eso y no concebía la idea de que me vieran y/o tocaran más personas desconocidas mis partes íntimas. Y las mujeres iban a ser mejor, creía.
6. Yo había redactado un papel de sólo una página. Me dijo que no a todo. Haría lo que le diera la gana y yo no podría hacer nada. Ella estaba muy agitada. Esto me puso más nerviosa. Hasta me dijo que ella practicaría una episiotomía y yo no decidiría ahí. Ella le enseñaba a los maridos y les preguntaba si ellos creían que el bebé pasaría por ahí. Y cortaba el perineo. Y en vez de defenderme, como debía, mi cerebro de embarazada y mi errónea ‘personalidad’ en situaciones parecidas, me fui en un viaje de sumisión. Mi típica reacción, que tantos problemas me ha traído ha través de mi vida, se prendió. Me fui en automático… (bandera roja)
7. Pagado el deducible y acabo de salir fuera de la oficina, rápido llamo a mi esposo por celular. El ataque de ansiedad que esa cita me ocasionó fue intenso. Mi esposo contestó inmediatamente, a pesar de estar trabajando. Se asustó muchísimo. Me mencionó cambiarme de obstetra. No podía hacer eso. Me tenía que quedar. Mi media naranja se sintió muy culpable. Mas la culpa no era nuestra. Necesitábamos un apoyo, especial, extra y no lo sabíamos.
8. Unos días después, me fui a recortar. Seguía con ansiedad y necesitaba ayuda. En un acto de desesperación, algo que sólo ocurre si me despisto, le conté a cierta persona admirada en mi vida todo lo que me había sucedido, lo mal que me trataron, etc. Quizás, uno espera equivocadamente toda la vida para recibir la aprobación de la gente. Alomejor, quería que dijera que me daría un préstamo para contratar a la doula, que me aconsejara que cambiara de ginecólog@ o, simplemente, su apoyo. Se terminó burlando, riendo, intentando hacer que otr@s estilistas alrededor se rieran con él/ella. Nadie le hizo caso. Sin embargo, ella/él fue suficiente. Eso fue como volver a mi infancia, preadolescencia y adolescencia… Pensé que eso no pasaría ya. Equivocada una vez más. Me comuniqué con la doula. Me aconsejó que me alejara de aquella persona, que cambiara de doctor. La quería contratar, pero el costo era inaccesible.
9. Continué con las ginecólogas consiente de la información de qué me podría pasar si seguía con ellas. Mi cerebro no razonaba de manera normal. Sentía que no tenía otra opción. Mi cuerpo lo lograría. Alomejor las cosas cambiarían. Alomejor entraría en parto antes de la fecha pautada. Alomejor me la ganaría (a la ginecóloga que paría) y todo se podría. Bochorno me causa el recordar mi forma de pensar, ingenuidad, el falso positivismo, en ese momento.
10. Se acercó la estimada fecha de parto. La ginecóloga regular me vio dos días antes de uno de los momentos más conflictivos de mi vida. En esa cita, me entregó los papeles de ingreso al hospital para que fuera el viernes 9 de diciembre de 2016 a una ‘ayudita’. (Como dato curioso: las 40 semanas de gestación las hubiese cumplido el lunes 12 de diciembre y había escrito 12 de diciembre en vez del 9 en la oración anterior.) Sentía mi palidez. Esas fueron las palabras exactas que la doula nos había advertido que le huyéramos. Tomé los papeles. (Antes de eso, una mujer en la fila del baño me miró cómo bicho raro porque yo estaba aún embarazada a tantas semanas y como que eso no era normal… Otra bandera roja…) Pagué y salí. Llamé a mi esposo con mayor desesperación que la vez anterior. Esta vez sí le rogué que saliera del trabajo. No podía más. Guíe a casa y al rato él llegó. Trató de convencerme de que no fuera a ser internada. Pensé que ya no tenía de otra. No podía no ir. Me apoyó, aunque sé que no quería hacerlo. Tomamos una decisión en pareja. En resumidas cuentas, respetó y apoyó mi indecisión/sumisión. No necesariamente estuvo de acuerdo. Amo como estuvo a mi lado. Hizo lo que tiene que hacer toda pareja. Creo que eso fue lo más que me ilusionó, su amor y sus ansias de tener en sus brazos a su hijo. Pidió tener libre el día siguiente en su trabajo y el que le seguía, el de la inducción. Se los dieron, (agradecida siempre de esos jefes y compañeros de su trabajo anterior). Todo el día siguiente estuvimos con una actitud positiva. Fuimos a cenar. Ordené un plato con pique, bailé. Preparamos todo lo que pudimos esa noche. Hicimos todas las recomendaciones que dan para iniciar un parto. Me preparé. No dormí. Sinceramente, no sentí nunca el ‘nesting syndrome’, lo forcé. Un fin de semana antes sentí por primera vez las contracciones de práctica o Braxton Hicks, pero nada alarmante. No avisamos a familia. El bochorno era mucho ya que queríamos que saliera todo perfecto. Mejor era avisar cuando todo saliera bien al final.
11. Terminé lo que pude, después seguiría pensé. Desperté a mi esposo. No desayunamos. Estábamos en ayuna, mi bebé y yo desde las 10pm de la noche anterior. (Bandera roja porque esto sólo lo hacen cuando están pensando en meterle drogas a tu sistema). Nos fuimos. Llegamos al estacionamiento. Hicimos un corto video narrando que íbamos a entrar y enseñando mi barriga de embarazo por última vez. Nunca lo compartimos. Las pocas veces que hemos visto ese video, mi esposo y yo, nos repetimos a nosotros mismos en ese pasado momento: “!No vayan! !Viren!” Al entrar al hospital, debimos haber regresado a casa con esa primera bandera roja.
12. Era aún de noche, 9 de diciembre de 2016, como a las 6am. Caminábamos con mi almohada, frisa y pequeña maleta. Entramos por el área de emergencia. Todo estaba desolado. Nadie que nos guiara hacia donde dirigirnos. Le preguntamos a un empleado sobre el área de ingreso para maternidad. Y hacia allá caminamos. La puerta la tenían que abrir desde adentro. No sabíamos qué hacer. Ni recuerdo bien cómo, pero pasamos junto a otra muchacha embarazada y su mamá. Mi esposo, las otras dos mujeres y yo nos encontrábamos entre puerta y puerta, encerrados. Después de un rato, que pareció una eternidad, y apretar con insistencia un intercom que estaba al lado de la próxima puerta, contestó una señora. Cuando supo la razón por la cual estábamos allí, nos contestó de peor manera. Dijo que no podíamos entrar con ningún tipo de pertenencia, ni prenda, ni acompañante. Sólo debíamos de pasar nosotras, las embarazadas, con los papeles de ingreso. BANDERA ROJA… Nos debimos haber regresado a nuestra casa… No fue así. Accedimos con terror de no saber qué rayos estaba pasando y con una ingenua esperanza de que estaríamos juntos en quince minutos, media hora o una hora como máximo.

Segunda parte: Admisión, Separación, Negación
13. Luego de habernos despedidos, la otra muchacha embarazada de su madre y yo de mi esposo, con apretar un botón nos dejaron pasar. La puerta se cerró. Era un área bien oscura, fría y desolada, en todo el sentido de la palabra. Rápido me encontré frente a un gran mostrador, donde casi rogué por la atención de la mujer detrás de él. Ella era la del intercom. Le digo que es para entregar los papeles de admisión, la razón por la cual estaba parada ahí. Ella casi no me atiende. Y cuando lo hace, es para comunicar de mala forma que más vale que tuviera todo. Lo tenía. Entonces firmé algo. Me señaló y dijo que fuese a ese cuarto. Se aparece allí. Dice que teníamos que quitarnos toda la ropa y ponernos una bata de papel, ni zapatos, solamente medias. Recuerdo tener unas que se amarraban como si fueran zapatos. Las llevé con toda la intención porque eran medias navideñas y me harían sentir protegida del piso de un hospital. Me ordenó quitármelas. Entraba a regañarnos por no habernos quitado la ropa. No queríamos. Hacía mucho frío y no sabíamos dónde. Nos dio permiso a desvestirnos en un baño de esa larga habitación. La puerta no cerraba. Otra enfermera la abría constantemente. Entre la necesidad constante, como mujer embarazada, de orinar, y querer mantener un poco de pudor, ya había comenzado la humillación. Vestidas con una bata de papel, comenzamos a hablar con una mujer que estaba en una camilla en ese cuarto. Dijo que ella estaba allí, amarrada a la cama, porque tendría una cesárea que ya estaba pautada. Yo quería huir. Esa palabra ni la quería oír. No quería que se me pegara esa energía. Prefería tener cualquier tipo de dolor antes que no lograr un parto natural vaginal. Nos despedimos y fuimos separadas.
14. Apenas recuerdo toda la experiencia. El trauma es tanto que la memoria me va y viene. Continúo… Llegué a una habitación. No era privada, pero estaba sola, al principio. Mejor de esta forma, pensé. No deseo que nadie me vea así. De esta manera, podré concentrarme en lograr mi parto. Recuerdo bien la ventana. Era mejor enfocarme en ella. La luz del sol ya había salido. Desconozco la hora. No parecía ser más de las 9am. Tenía que ser menos. La camilla era sumamente incómoda. Y en algún momento, vino alguna enfermera a ponerme correas para monitorear. Tardaron mucho en hacerlo. Yo parecería ser un ‘problema’ para ellas porque les pedía permiso para orinar en el baño. Cuando me comenzaron a amarrar, (sin sentido porque ni mi bebé ni yo estábamos en riesgo alguno), me indicó la enfermera rubia que no me podía levantar por nada. Le había preguntado. Pensé que me iba a atrever a hacerlo como quiera. Aunque me regañaran, esto (moverme) ayudaría al parto. No lo hice. Me amarraron aún más. Otra enfermera pasó. Estaba demostrando su gran cansancio y me dice: “Ya quisiera yo estar ahí acostada”. Me hizo sentir como que yo estaba de vacaciones y ella me envidiaba. No podía creer que me dijera eso. ¡Qué falta de profesionalismo! No dije nada. Temía que me hicieran sufrir más. Mejor era tenerlas de buenas y estar calladita. Al rato, vino la doctora. Les dijo que me pusieran por vena todo. Estaba molesta porque no lo habían hecho y también regañó ya que mis monitores no habían sido encendidos. No sé si esto, las hizo tratarme más mal. (Me refiero siempre a la enfermera rubia que no me dejaba orinar y a la que quería acostarse en mi cama.) Otra indicación de la enfermera rubia fue desechar mis ganas de orinar diciendo: que la necesidad que fuese tenía que hacerla en la misma camilla. No entendía el por qué querían complicarse si podía ir facilmente al baño. Nunca me dio el ‘platito’ que se pone debajo a las personas encamadas para hacer sus necesidades. Siempre me estuve meando. Y llegó otra embarazada a compartir el cuarto. Hablamos bastante. No era su primer parto. Ella estaba aterrada. Lloraba constantemente. Me decía que la ponía peor el saber qué vendría. Ella también estaba sola. La consolé. Regresó la doctora. La saludó. Le repetía que ella ya sabía todo eso, que lo habían pasado antes. Añadió que su esposo hizo mal en irse a bañar, ahora se acceleraría su proceso y ella era rapidita. Cerró la cortinita. Yo no la podía ver por completo, (a la compañera de cuarto casi de parto). Cualquier otra persona sí podía, ya que ella estaba más cerca de la puerta. Las puertas para cada cuarto siempre permanecían abiertas. Sentí mis ojos abirse. La pitocina comenzaba a hacer efecto. Nada que no pudiera aguantar. Esto es un parto: dolor, aguanta pensaba. Y la ginecóloga la regaña de nuevo. Le dice que ella ya sabe de esto. Pide ‘el instrumento’ a una de esas dos enfermeras. Parecía una escena de terror. Le rompió su fuente, sus membranas. Ella gritaba y lloraba de dolor y desconsuelo, impotente. Yo miraba a la ventana. Ya tenían que ser como las 10 de la mañana. Temblé de pensar que me hiciera eso. Quizás no me lo haga, mi mente decía. Muy equivocada que me encontraba. Mi ingenuidad era demasiada. La doctora nos dejó solas. Ella iba de cuarto en cuarto rompiendo fuentes, amarrando a camillas, abriendo partes íntimas de la mujer a la fuerza, introduciendo medicamentos innecesarios al sistema y comentando. Los gritos se escuchaban. Y mi compañera me dice: “Ya mismo te toca igual a ti”. No era de mala fe el comentario. Fue una advertencia. Todavía yo le hablaba.
Tercera parte: Membranas Forzadas, No hay escapatoria.
15. Todavía el sol no estaba en su punto más caliente, pero parecía estar cerca. La compañera de cuarto seguía ahí. Y llegó mi momento, donde todo empeoró para mi. La doctora me hizo otro chequeo vaginal. Fueron tantos y tan dolorosos que perdí la cuenta. Se sentía cada vez más duro. Ella estaba tratando de forzar una dilatación que no ocurría. Yo continuaba en 4cm. Y ella parecía meter su puño dentro de mi vagina. Y sin preguntar, como veterinaria que no avisa a animal, pide el instrumento que tanto terror me daba y lo introduce forzosamente sin mi consentimiento. Según ella, eso me haría dilatar. En ese proceso horrorífico, recuerdo gemir de dolor bien suavecito y llorar. No había piedad. Hasta a los animales en el veterinario los soban. Me agüantaban las piernas en contra de mi voluntad, dos enfermeras, las mismas que mencioné anteriormente. Se veía lo hastiadas que estaban en su mirada. Yo no existía. No me miraban ni hablaban. Sólo me abrían como a una cosa sin valor. Me regañaba constantemente la doctora por no cooperar, porque instintivamente me alejaba e intentaba cerrar mis piernas. “Era mi culpa lo mucho que tardaba ella.” Yo, bien sumisa, me sentía mal por no ‘aguantar’. Lo hizo. No podía creer que así fuera parir, tan violento. Pero eso es lo que siempre dicen, que es algo doloroso. Pues, quizás todo esto sea normal y yo no estoy ‘cooperando/aguantando’, pensaba. Otra parte de mi estaba segura que nada de eso era natural, ni lo quería así y mucho menos podría salir de allí. Me puso una de las enfermeras esas un bedpan debajo y se fueron. Yo no entendía qué me estaba pasando. Me acababan de romper, forzar. Ya no le podía hablar a mi compañera de cuarto. Esto fue demasiado traumante y humillante. Rogaba y rogaba que no faltara más. Quería acabar, parir e irme a casa a meterme debajo de mis sábanas y llorar sola sin hablar. La realidad era otra. Allí seguiría.
16. Después de un ratito, se llevaron a mi compañera porque ya estaba de parto. Al menos, eso dijo la doctora. Yo no le cuestionaba ni le hablaba. Temía se podría desquitar y herirme más. Parecía que había placer en el sufrimiento de nosotras. Tuve mucho miedo y fui criada para ganarme a las personas con sumisión y buen comportamiento. ¡Qué mal! Criada desde muuuy pequeña para dejarme violar.
17. Me comenzaron a salir líquidos, fluidos. Ni idea de qué me pasaba. No había enfermera que me atendiera y no me podía levantar. Entonces escuché una voz conocida por el pasillo. Era tan bochornoso. Y le grité: “¡Fulana!” Odio que me vean en esas circunstancias. No era la manera cómo quisiera haberla visto después de tantos años. Aunque nos habíamos encontrado en el funeral de su hija, mi buena amiga de la escuela, fallecida meses antes.
18. Y me escuchó. Entró al cuarto. Ella está encargada del área de nursery de ese horrible hospital. Ella es muy buena. Me saludó. Hablamos. Entraba en diferentes ocasiones y le llevaba información a mi esposo. Fue un pequeño bálsamo, tanto para mi esposo como para mi, en esa desolante, violenta, deshumanizada y desesperante pesadilla. Sin ella, mi esposo no hubiese sabido nada de mi. Sin ella, me hubiesen tratado peor… Recuerdo la expresión de su cara cuando me vio. Intentó disimular. Contó sus típicos chistes colorados. Nada me daba gracia. Recuerdo sonreír por cortesía. Recuerdo perfectamente las cosas íntimas que me confesó.
19. Cuando Fulana me encontró en ese cuarto con el bedpan debajo… Su cara lo decía todo. Le dio lástima y no podía creer lo que veía. Entró la enfermera que me administraba las drogas, que no paraban de desfilar, y Fulana le ordenó, de buena forma, ayudarla. Lo hizo inmediatamente. Las dos me cambiaron el bedpan. Imagino me limpiaron. No recuerdo bien. ¡Qué bueno haber encontrado a Fulana! Mi obstetra la conocía bien. Se sorprendió de que nos conociéramos. Me comenzó a ‘tratar mejor’. Aunque ya el daño era irreversible. No había manera de parar la violencia. Una vez se comienza, es imposible de parar y lleva consigo una ‘cosa’ tras de otra…
20. Ahora es el ‘blur’. Momentos que me vienen y se me van, nublados, como un mal sueño del cual entras y sales sin lograr controlarlo, sin poder distinguir qué fue real. Aunque sé qué lo fue, verdad…
Cuarta parte: Drogas, Burlas, Violencia SIN CONSENTIMIENTO

21. Entraba y salía de mi habitación, la ginecóloga esa. Me verificaba demasiado. No había justificación. Nunca me pedía consentimiento. Lo hacía y ya. No sabía que tenía derechos y que podía exigir. Pensaba que me tenía que dejar hacer eso. Ella seguía forcejeando. Era paz para mi cuando ella se tardaba en entrar. Entraba Fulana, yo me desmayaba y la escuchaba comentarlo. Estaban a punto de ponerme otra droga a mi sistema. Y le pregunto qué es eso a la enfermera. Se le hizo rara mi pregunta. Me contestó que era Demerol para, supuestamente, bajarme las náuseas. Le dije que no quería ningún tipo de medicamento porque amamantaría. Dijo, (la mujer que me administraba todo por vena sin permiso), que eso me ayudaría a sentirme mejor. Sumisa de nuevo. Confié en ella.
22. Horas antes, cuando había habido sol por mucho tiempo y la pitocina comenzaba a hacer su horrible efecto incompleto, vino la trabajadora social con papeles para llenar. ¿Cómo llenaría estos papeles si mi mente no estaba 100% allí?, pensé. Esa es la intención: hacer a la parturienta completar información importante cuando está más vulnerable, sola e inconsciente. Recuerdo bien que me preguntó si iba a usar medicamentos. Le dije que no los quería. Su contestación: “Eso dices ahora.” Y se rió en tono de burla.
23. Seguía pasando el día. Sentía el sol entrando por mi ventana ponerse más caliente, brillante. Entro y salgo mentalmente. Batallo con querer estar alerta para velar por mi supervivencia y por la de mi criatura. Las drogas me ganaban la batalla. Pasaba largos ratos en completa desolación. Dormitaba. Y me vino un pensamiento sobre la Virgen María y de cómo ella había parido en un establo. Y me dio lástima. Otra parte de mi dudaba si era mejor tener un parto como el de María. Analizaba cómo la mujer sufre. Me cuestionaba si yo había hecho algo mal, si algo estaba mal conmigo, en mi, si era débil, si era normal ese trato humillante. Me preguntaba el por qué mujeres me hacían esto. Parecían tenerme un odio y se sentía como una gran tortura, una venganza, violación. Recordaba cómo por primera vez en mi vida comencé a amar mi cuerpo, al sentir la vida de mi hijo dentro de mi. Entendí mi grandeza, el poder de ser mujer y vi el error en hacerle daño a mi templo. Y ahora… ¡justo ahora! En este momento mágico, hermoso, milagroso e irrepetible, cuando me comienzo a convertir en justamami, ¿me hacen esto? Otras me dañan mi cuerpa.
24. También recuerdo sentir cosas que no puedo ni compartir. Las mujeres siempre guardamos partes para nosotras. Hablar de eso desembocaría otras olas que ni al tema. Y a eso de las 3pm, dejaron entrar a mi esposo.
Quinta parte: ‘Falta de Progreso’, su absolución favorita.
25. Cuando a mi esposo le es permitido pasar, yo fui movida al cuarto de ‘parir’. Era horribleee. Se veía asqueroso, sin espacios para acompañantes, frío, nada acogedor. Recuerdo mirar esa habitación cuando entré y ver un lavamanos feo, una triste y fea silla, y la camilla. Pensé que era como una pesadilla, ese ambiente/lugar. Aún tenía falsas esperanzas de que todo se transformaría en lindo, hermoso, casi perfecto y milagroso. No sabría distinguir si eso fue mi ingenuidad o las drogas trabajando.
26. Una vez estuve en esa camilla, me dormí. No sé cuántas horas/tiempo/rato pasé allí. Sólo sé que al abrir los ojos vi a José, mi esposo. Estaba parado cerca a la puerta. No me sentía contenta ni aliviada al verlo. Sólo sentía dolor constante, incontrolable, no natural. Recuerdo mirar hacia el lado contrario. Mi pareja no se acercaba. No se veía contento. Volví mi mirada hacia él. Me tiró una tímida foto, la única que tenemos de esa parte de la tortura. Y lo miré como diciendo que no quería un recuerdo de eso…
27. Al final, quería que todo acabara ya. Sentía que me moría. Vomitaba, se iba mi mente y volvía al mundo. Mi bebé estaba super asustado. Teníamos hambre. Estaba sucia. Me violaban. Es lo mismo. Me aguantaban. Me obligaban. Me mutilaban mis partes. Se burlaban. Se burlaron. No me respetaron. Seguían introduciéndome por vena medicamentos sin avisar ni explicar qué era. Les había dicho que no quería nada. ¿Para qué evité tantos medicamentos y para qué tantos cuidados durante todo el embarazo? Me pudieron haber arruinado incluso mis esperanzas de amamantar. Me insultaron. Me dejaron expuesta. A mi esposo no le permitieron el paso hasta demasiado tarde. Me ataron a una camilla. Tenía que aguantar. Tenía que poder hacerlo. Quizás, esto era lo normal. No podía creerme más. Me crearon una emergencia donde no la había. Pusieron en peligro la vida de mi hijo sin tener la necesidad de hacerlo.

28. Después de esa foto, no hubo otra tomada por mi esposo. La persona conocida tomó otras que luego nos envío. No las pude ver por mucho tiempo. Lo siguiente fue de carácter de emergencia. Nada cambió. No dilataba, obviamente. La doctora esa no logró abrirme lo suficiente. Nos metió miedo. La veía hablándole aparte a mi esposo. Toda mi vida esperando ser adulta para recibir respeto… Nada. Preguntaba qué pasaba. Ya podía leer la cara de esposo. Y escuché que mi bebé podía estar en peligro. Me resigné. Lo acepté porque creí que no había opción para mi hijo dentro de esas circunstancias. Aunque tenía una pequeña idea de lo que eso significaría para mi.
29. Me movió un hombre desconocido a otra camilla. La puerta abierta, yo con la bata de papel tratando de tapar mi desnudez. Nadie me ayudaba. Super humillante. ¿Alguien más que fuese desconocido me iba a ver desnuda innecesariamente? La respuesta sería sí. No les importaba ni a la doctorcita ni a esas enfermeras. El hombre no hizo nada malo. Sólo hacía su trabajo. Estar conciente de esto, no cambia que me sentí abochornada.
30. Me cogió y pasó a la camilla que me trasladaría al área de cirugía. Una vez allí, todo transcurrió muy rápido. Al punto que sentí miedo de que mi esposo no entrara a tiempo. Pienso que la presencia de la persona conocida tuvo una influencia mayor, de lo que imagino, en esta parte de la vivencia. En esta parte, no se apartó de nosotr@s ni un momento. Pronto poncharía, pero al ser la jefe del área de bebés, se encargaría personalmente del nuestro.
Sexta parte: Epidural, Cesárea, Recovery
31. Justo antes de entrar a la sala de operaciones, me esperaban en la puerta para ponerme la anestecia en la espina dorsal. Las únicas instrucciones que me dieron fue de no moverme. No paraba de temblar como efecto secundario a todas las drogas en mi sistema. No lo podía controlar. Yo sentía ganas de pujar intensamente, pero no ocurriría nada ya que tenía 4 centímetros de dilatación desde mi llegada al hospital.
32. Recuerdo decirles: “Sólo quiero dejar de sentir este dolor y estas naúseas ya.” Me dijeron que eso me lo iba a quitar, pero no podía moverme. Era cierto. Me decían que no me moviera. Yo intentaba de no hacerlo con todas mis fuerzas. Me inyectaron una vez y no fue perfecto. Lo tuvieron que hacer una segunda vez. Y me empujaron hacia sala de operaciones.
33. Una vez adentro, me movieron a la mesa de operaciones. Todo era muy rápido, con mayor orden. Era como haber entrado, un rato, a otro hospital. Veía los cuchillos para operar. Ya no me ponía nerviosa. Estaba como en otro planeta. Mas aún peleaba por mantenerme despierta, conciente. Y no paraba de mirar la puerta esperando que entrara mi esposo. Mi cuerpo ya no me importaba. Ahora sólo pensaba en la lactancia.
34. Creo que le pregunté a la persona conocida por mi esposo. En cierto momento, entró con él. ¡Qué extraño se veía! Siempre he pensado que se ve muy lindo en todos los uniformes de trabajo. No me gustó como se veía con la bata, la mascarilla, la mirada que tenía, lo lento que caminaba, alguien tan ansioso, y lo que todo significaba.

35. Estaba desnuda ante un hombre (el que realizó la cirugía) y otras cuántas mujeres más, otra vez. Estaba tan traumada, humillada, abochornada. No fui criada para ver la desnudez como algo natural. Me sentía como un canto de carne en exhibición. Y mi pobre bebé sintiéndome, escondiéndose, a punto de ser sacado y alejado de su mamá innecesariamente.
36. Por primera vez en todo el día, me preguntaban qué y cómo me sentía. La anestesióloga abría sus ojos bien grandes cada vez que le describía todo lo que me hacían. Quisiera que me hubieran dicho y explicado cuando me pusieron el catéter…
37. Escuchas todo. Sientes y escuchas. Lo sacaron: 4:56pm. Avisaron a José. La persona conocida sacó fotos. Mi bebé tardó unos segundos en llorar. Lo hizo. Llanto hermoso. No lo había visto. Se lo llevaron a ser limpiado en la incubadora que le tenían preparada. Lo habían arrancado de la perfecta. Mi bebé seguía llorando y yo sólo lo quería coger. Me insertaban algo. No me avisaron nada. Le dije a la anestesióloga, quien estaba en la parte de mi cabeza, que sentía que me estaban poniendo algo. Se sorprendió y me puso más droga. Yo me sentía como el canto de carne de una carnicería y ni mi cría tenía.

38. Escuchaba como interactuaban con mi hijo. Él no paraba de llorar. La transición por la cual pasa un bebé al nacer por cesárea es más traumática para la criatura. Mi instinto era pararme y apretarlo en mi pecho hasta que se calmara. Tenía que esperar a que me lo trajeran. Y me lo trajo, con alguna medicina que parecía vaselina en sus ojos, la persona conocida. Eso lo ponen siempre en los hospitales a l@s bebés después que nacen.

39. Recuerdo que me lo puso cerca de mi cara para que lo viera. Lo que yo quería era tenerlo encima. Intentó ponerlo en la teta para que chupara, se pegara. Hubo más de un intento. Fueron fallidos. Entendía que de esa manera forzada no ocurriría. Y como la persona conocida era jefe del nursery y yo había firmado que deseaba lactancia exclusiva, me sentía tranquila que amamantaría. La ley me protegía. Y se llevaron a mi hijo. Tuve que escoger decirle a mi esposo que se fuera con él. Preferí que velara que no forzaran dilatación del prepucio de su pene ni le dieran ninguna fórmula. No lo pensé dos veces. Mi criatura era primero y yo no podía ir. Me quedé sola, de nuevo.

40. Rápido que mi esposo, hijo y la persona conocida se fueron al área de bebés, yo me fui. Fue como si todo lo que mi cuerpo aguantó por tantas horas, finalmente tuvo su efecto. Le dije a la anestesióloga que sentía que me iba. La visión se me iba. Esta vez, era una sensación más allá de querer dormir. Saqué mis fuerzas para avisar. Tenía un bebé esperando a su mamá.
41. Me puso un medicamento intravenoso para ayudarme y nada. Me pregunto por segunda vez como me sentía y yo seguía mal. Después de una tercera dosis, de no sé qué droga, sentí que reviví. Por fin, veía al hombre que me realizó la cesárea, (aunque borroso ya que no me fue permitido tener mis espejuelos). Se secaba el sudor. Le hablé por el nerviosismo. Fue amable. Aún lo recuerdo.

42. No recuerdo por quién, pero fui llevada a la sala de recuperación. Desolación, otra vez. Ni idea de mi hijo. Ningún contacto. Alguna enfermera me puso una frisa caliente eléctrica. Hablaban de ir a comer. Se fueron.
43. No entendía por qué estaba allí tantas horas. Mi esposo me cuenta que pasaron entre dos a tres horas. No es que pretendía que pasaran por alto los protocolos. Sólo merecía explicaciones y un trato humano.
44. Volvieron. Hablaban algunas enfermeras de tener hambre, (y yo sin comer). Esperé que comieran y las llamé. Lo hicieron y vinieron como sin ganas. Les expliqué que no había visto ni casi ni bien a mi bebé, (soy miope y me quitaron los espejuelos), y que él estaba sin comer porque yo lo iba a amamantar. Una de las dos enfermeras me dijo que estaba apenada por mi hijo y que debía tener hambre, haciendo sentir a uno mala madre. Eso me hizo sacar un instinto y contestarle que con más razón tenía que ser trasladada al cuarto para alimentarlo. Ella me dijo que la situación era que: me iba a doler, (lo que tenían que hacerme antes de subir a la habitación). Le dije que no me importaba. Necesitaba estar con mi cría.
45. Entonces la enfermera aceptó realizarme lo que faltaba. Fueron dos enfermeras las que me hicieron algo que desconocía. Me empezaron a limpiar la cavidad vaginal para dejarla sin sangre. Hablaban entre ellas a la vez que me realizaron esa limpieza. Fueron insensibles. Mas eso no importaba. El dolor era suficiente. La enfermera que ‘me hablaba’ decía que tenía que sacarme todos los coágulos. Se siente como si te rasparan por dentro con una cuchara de plástico desechable, hasta que acaban. Yo les empujaba las manos. Me dolía en mi vagina y en mi alma demasiado. Y acabaron.
Séptima parte: Cuarto, Visitas, Lactancia, no recuperada
46. Al salir de la sala de recuperación, rápido me encontré frente a mis padres y cuñada. No quería ver a mis papás porque mi sueño era tener un parto vaginal y romper con mi tradición familiar de cesáreas. Y con mi cuñada, me sentí abochornada. Anhelaba darle un buen ejemplo. Me sentía completamente fracasada.
47. Me movieron a un cuarto. Ni idea si haberle hablado a la enfermera del recovery, hizo que me subieran al fin. Era una habitación compartida. ¡Qué mucho me trasladaban! Lo sentía como una humillación ya que debajo de la bata de papel estaba desnuda y seguían paseándome por el hospital. Nunca crecí creyendo que la desnudez era algo natural y bello. Lo veía como tabú, bochornoso y malo. Con menos dignidad me sentía.

48. No deseaba compartir habitación, pero sentía que no tenía opción. Mi madre intervino ahí. No nos llevamos tan bien. Más cuánto le agradezco su intervención, por la razón que haya sido. Pagó un cuarto privado. A eso, respondieron rápido en el hospital.
49. Desde que estuve en el primer cuarto, preguntaba por mi hijo. No entendía y nunca entenderé por qué tardaban tanto en entregármelo. Era mi cría, nos necesitábamos y yo lo alimentaría. Sólo me repetían que no tenía que estar mal porque él estaba bien y lo vería cuando trajeran tod@s l@s bebés a sus madres, cuando sea que eso fuese. Ahí descubrí que mi esposo y padres, gracias a la persona conocida, habían cargado, apapachado, visto y tirado fotos con mi Dariel, (ése es su nombre). Tod@s menos su mami. Y yo estaba necesitándolo, con ganas de ser madre y conciente. ¡Qué injusto, tanto para él como para mi! La novia en las bodas es la más importante. ¿Por qué no podía ser parecido aquí? Tuve que esperar por mi hijo.
50. Mi esposo me cuenta que me trajeron a mi hijo como a las 8pm. Rápido intenté amamantarlo con la ayuda de la enfermera. Todas las enfermeras que venían del nursery fueron buenas. Eran las empleadas de la persona conocida y ella les dejó instrucciones.
51. Entonces debía darle de comer a mi pobre bebé, por primera vez, con mis padres, esposo, cuñada y enfermeras presentes. Mi cuñada cerró la cortina, que apenas tapaba, pero era algo. Siempre le estaré agradecida de ese gesto. Ni sabe cuánto me ayudó y lo mucho que significó. Pensé: “Ay, gracias.” No se lo dije.
52. Como todavía estaba drogada, no recuerdo casi nada de la primera vez que di teta. Aún le tengo que preguntar a mi esposo cómo fue y los detalles. Sólo recuerdo que me dormía, que me decían qué hacer y yo no entendía, pero lo hacía. A este punto, me acordaba de las clases que tomé. No dejaría que me robaran también la lactancia. Lo iba a lograr. Eso siempre lo visualicé.

53. Me debería haber sentido feliz y agradecida, según el mundo. No era así. No soportaba el llanto cuando se llevaban del cuarto a mi bebé. No poder levantarme a cogerlo y cambiarlo, desesperaba. Mi esposo no sabía cambiar pañales. Yo sí. Le dictaba las instrucciones resignada. Tod@s l@s visitantes podían cargar a mi hijo. Yo no. Y no era una fiesta. Fue traumante, bochornoso, humillante, inhumano, tanto para mi, las demás mujeres, mi esposo y mi bebé. La enfermera me bañó de mala gana. Sólo sentía paz cuando tod@s se iban, mi esposo se dormía y yo no seguía las órdenes. Después que daba teta, me dormía con mi hijito encima, aunque me doliera, (y dolía).
54. Agradezco a las enfermeras del nursery. Ayudaron mucho con la lactancia. Lo bueno no se olvida. No me robaron también la lactancia. No todas lo logran. Estoy muy conciente de esto.
55. Mi esposo se fue del hospital en sólo una ocasión y mi papá lo relevó. No soportó verme así. Siempre me había caracterizado por cuidarme, ser independiente, aguantar fuerte. No me podía ni levantar. Papá usó todas sus fuerzas. No parecían ser suficientes. Todo ese esfuerzo porque la enfermera ya había esperado mucho para bañarme. Me pasaba jabón y yo dejaba que el agua lo sacara. Me dijo que limpiara mis partes íntimas. Le dije, aguantando lágrimas, que no alcanzaba. Lo hizo. Sus gestos y cara me hicieron sentir humillada. No había necesidad. De haber podido elegir, ni me hubiese bañado.
56. Por alguna razón, antes de irte del hospital te pesan. Esto hace estragos en la mente de una madre que recién ha parido. Entiendo que hay rutinas a realizar, procedimientos y protocolos que no se pueden evitar. Sin embargo, los comentarios recalcando el peso como si fuese lo más importante en ese momento, eso no es profesional.
57. Recuerdo lo perfecta que consideraba mi maletita, madre primeriza al fin. No sabía que hay ropa que duele ponerse después de una cesárea. La ropa interior duele. Los pantalones duelen. Las camisas tenían que tener accesibilidad para amamantar. Cuando me dejaron vestirme, descubrí que todo estaba mal. Mi esposo fue a casa para buscar y traerme adivinando lo que pensaba correcto con las instrucciones que le di. Odiaba cuando no estaba conmigo en el cuarto. Odiaba que seguían desfilando visitas sin ser invitadas a mi intimidad.
58. Mi prima y mi tía me limpiaron. Mi padrino me levantó. Llegué al baño. Me ayudaron a sentarme y dejaron la puerta abierta para ayudarme a parar. Las llamé. No me podía limpiar. ¡Qué bochorno pensaba! No me hicieron sentir mal. Fueron amorosas, tiernas. Me limpió mi prima menor, la misma a quien yo limpiaba. La cara de mi tía, cuando yo ‘caminaba’, era de indignación.
59. Recuerdo que una de las noches una persona que vino a visitar estaba discutiendo con mi madre. Ella le repetía que me había pasado como a ella y ‘no había dado las medidas’. Yo tenía ganas de gritar, pero no fuerzas. Ese visita fue inteligente y le aclaraba alterado que eso no era posible. Él entendía que eso estaba mal. Esa no era razón real para una cesárea. Estaba furioso. Lo amé.
60. Entré a ese hospital el viernes, el día que realizan las inducciones. Todas fuimos dadas de alta el domingo. Yo sabía que eso estaba mal. No me sentía recuperada ni podía caminar, pero ya quería estar en mi hogar. Todo apenas comenzaba. Debí haber parido a escondidas en mi bañera como quería, sola. Y como con todo, no importa hasta que te toca de cerca. En este caso: la realidad de cómo debería ser el parto, es y el por qué se ha normalizado un acercamiento violento hacia la mujer en nuestro momento más bello.
